Quizás un buen momento para sentarse a escribir una crónica sean las 24-48
horas
posteriores al evento, cuando nuestra “movilidad reducida” nos
invita a
aferrarnos a una silla, sopesando la utilidad del nuestro movimiento
frente al
dolor intenso que de cualquier mínima maniobra física. De hecho,
se habla de
triatletas que han sido sondados para evitar el esfuerzo titánico
que supone
acercarse al WC, bajarse los pantalones y demás menesteres,
triatletas que
restringen las comidas a una al día para evitar los escalones
de la cocina o la
admiración inusual del jefe de turno cuando el recién
finisher permanece
inalterable en su mesa de trabajo durante todo el turno sin
levantarse ni una
sola vez para el recado más nimio. No obstante, las
sensaciones, como el buen
vino, necesitan cierto reposo.
EL HUEVO O LA GALLINA
No se sabe quién fue antes, si el Triatlón de Vitoria o JA Lacomba. Lo
cierto
es que ambos se enzarzaron hace meses en una carrera sin fin en el que
cada día
que pasaba se sumaba un “correca” a la lista de convocados. El
grupo crecía y
crecía, hubo que cambiar de móvil porque no cabían más
contactos en el wuasaps,
se construyeron nuevos hoteles, se mejoró la
autovía Valencia-Vitoria y se
estableció personal de guardia en
Nazaret/rotonda de Mascamarena para “guardar
la ausencia”. Al final, el
otrora inventor de la “Conga” consiguió reunir una
expedición más
numerosa que la del hogar de jubilado de mi barrio cuando regaló
hace años
un viaje a Benidorm “all included”.
COMUNIÓN A LAS 14.30H
De hecho, el mito se engrandeció aún más cuando logró aunar a todo el
grupo
en una histórica comida de comunión el día previo al evento
deportivo.
“Organizator” convirtió un escuálido café de galería
comercial en un inmenso
comedor en el que corrían los platos de pasta, las
obligadas cervezas
pre-competición y corrían y corrían las nuevas
generaciones correcas,
benjamines inquietos pero educados que al día
siguiente derrocharon aún más
energía en animarnos a todos. Como no podía
ser de otra forma, los “plato
estrella” fueron los tiempos de paso, la
cantidad de geles que se podían
ingerir antes de llegar al fracaso
multiorgánico (por toma de sustancias
altamente artificiales) y por supuesto,
como no, quien se iba a calzar a quien.
LA EQUIPACIÓN DE MILEY CYRUS
Tema estrella de la comida: el nuevo maillot. Pese a que el nerviosismo
pre-competición
podía distorsionar las primeras impresiones, los malos
augurios se cumplieron
24 horas más tarde. La Editorial Doyma, dueña del
prestigioso “Manual de
Dermatología” acaba de lanzar la primera edición
de “Rozaduras del triatleta; localización,
tratamiento y profilaxis”
donde expone una valiosa ayuda para combatir la
aparición de tan molestas
“erosiones”. Aunque sin duda, lo más llamativo de la
nueva prenda es que
haya pasado a formar parte del atuendo habitual de la
famosa cantante, más
conocida por su ligereza al vestir que por su voz. Y es
que no hay tejido con
más capacidad de “transparencia” que el del nuevo
equipaje. Ha pasado ya
una semana y no me puedo quitar de encima la imagen de
las nalgas de uno de
mis compañeros cuando lo adelante en el sector ciclismo.
Y LLEGO EL GRAN DIA
Me gustaría poder escribir sobre la dureza de los entrenamientos, de la
dificultad
de completar el plan propuesto y de la satisfacción de llegar a
este día con
los “deberes hechos”. Pero una vez más, debía asumir otra
vez mi papel de
popular, más bien “triatleta extremadamente popular” y
tocaba tirar de
experiencia, fondo de armario y escroto (aunque eso lo hacemos
todos) en vez de
kilómetros y kilómetros de bici y carrera. Pero pegarse el
madrugón, ver la
cara de felicidad de mi compañero de habitación
(privilegio alcanzado el suyo
tras superar diversos castings, prueba de
selección e informes detallados) y
compartir un copioso desayuno con el resto
de eufóricos y también felices
compañeros, superó con creces los miedos e
indecisiones.
En el autobús de camino a la salida, uno de los noveles participantes
atiende
estupefacto al diseño del plan de ataque del “dúo calavera” (a la
sazón,
Salva y servidor). La misión estaba clara, salir del agua sin
ahogarse, coger
la bici y apretar sin fin hasta “torrefactar” al
mismísimo Lacomba. Nunca una
palabra tan absurda y sin sentido dio tanto
juego. Primero porque ambos salimos
juntos del agua, a la par, como si el
hecho de haber pernoctado juntos (pero no
revueltos) nos hubiera sincronizado:
Segundo, por el absurdo detalle de que e sa
salida conjunta la hicimos antes
que nuestro objetivo y por lo tanto, nuestro
absurdo plan quedó descabezado
ya de inició. Más de un triatleta aturdido tras
la T1 recuerda haber sido
superado por dos inconscientes al grito de
“torrefacción,
torrefacción”…en fin, la maldita hipoxia.
BAZAR CICLISTA
En general acudimos perfectamente equipados a estos eventos. No obstante,
si
alguien acude a Vitoria y se olvida algo, que no se preocupe. Algunos
kilómetros
de socavones llenan la carretera de bidones, bombonas de aire,
cámaras, etc.
Así, si uno no tiene prisa, se equipa perfectamente. Veinte
horas tardaron los
equipos de rescate en sacar de un bache a un pobre
triatleta que comiéndose una
barrita se despistó y se hundió 20 metros en
uno de ellos.
SEGUNDA TRANSICIÓN
Probablemente las cabras, por el mínimo detalle de andar a cuatro patas
todo
el día, tienen su columna vertebral acostumbrada a la posición horizontal.
Los
triatletas, en general andamos erguidos y por lo tanto, tras más de cinco
horas
cruelmente inclinados sobre un escueto acople haciendo “la cabra”,
tenemos unas
ganas inmensas de dejar la bicicleta, reincorporarnos y empezar a
correr. Y fue
en ese dulce momento, cuando a lo lejos oí claramente mi
nombre. Lógicamente
nunca hay sospechas de que se puedan referir a otro
competidor, si se oye mi
nombre, soy yo. Hago acopio de fuerzas, fijo la
mirada en la lejanía y una
marea verde totalmente entregada corea mi nombre,
con tanta fuerza que nadie
diría que se han pasado cinco horas haciendo un
“half”. El resto os lo podéis
imaginar, salgo de la T2 cual res en la
cuesta de Santo Domingo (7 de julio,
Pamplona) y con un subidón de moral que
nunca olvidaré empiezo a correr (gracias
de nuevo compañeros).
SABOREANDO VITORIA
Una ciudad con encanto dice el folleto.
Pasado el efecto balsámico de la
primera animación, me doy cuenta que este
año olvide que nuestro deporte se
llama triatlón porque aúna tres deportes,
el último de los cuales es correr.
“Vaya despiste Argi”….pensé,
“bueno, no te preocupes……total, corres 42
kilómetros y se acaba
todo”….”es verdad, pues corriendo que es gerundio”…Y eso
hice,
pensado que alguna vez sería bueno que cumpliera un plan de
entrenamiento,
capaz de balancear con éxito las tres disciplinas. Pero bueno,
metido en
faena, había que salvar los muebles y administrar las fuerzas. Aunque
como
en los viajes, si vas despacio saboreas mejor las cosas. Así, saboree una
ciudad
señorial, con unos parques preciosos y una gente que vive el deporte
como en
ningún sitio.
Pero sin duda, si algo saboree fue cada paso por delante de nuestra
AFICIÓN.
No por muy repetido perderá su importancia. Solo los que participamos
podemos
comprender lo reconfortante que es sentir el apoyo de toda la
expedición
“correca”. En un alarde de material, disponíamos de pancarta y
megáfono,
y la disposición estratégica a lo largo del recorrido hacia que
sintieras
ese apoyo durante mucho tiempo. Es más, tal fue su organización, que
habían
dejado sin cobertura un apartado sector del circuito, lo que te permitía
andar
tranquilamente sin el sofoco de sentirse observado.
Dice nuestro maestro y máximo veterano que el IM empieza en el km 20 y es
verdad.
La tercera vuelta es crítica y desnuda vilmente todas tus carencias.
Aquí es
donde hay que darlo todo y aguantar. No solo lo sé, sino que me lo
recuerda el
gran José Sanchís cuando me rebasa….”esto es muy duro tío,
muy duro”.
Pero bueno, “no hay mal que dure cien años” y toda la pena purgada tiene
su
recompensa en la última vuelta. Tal como si te hubieran enchufado un
gotero con
cincuenta “nolotiles”, el dolor desaparece y te permite
disfrutar de una última
vuelta mágica. El último paso por la Plaza,
completamente abarrotada de gente
que te corea sin cesar es indescriptible. Ni
el mismísimo Fernando Alonso traza
mejor la última curva (repleto de
correcas enarbolando la ubicua pancarta).
Aunque dicho sea de paso, en este
último momento se precisa algo de frialdad
para no salir con “cara de Mr.
Bean” en una foto que luego obligatoriamente
tendrás que enseñar a mucha
gente.
El resto es fácil de extrapolar. Mezcla indisoluble entre cansancio y
alegría.
Una sobredosis de geles te impide comer como es debido y una
sobredosis de
sudor te impide acercarte a nadie con quien compartir un abrazo
(a menos que
este también lleve dorsal y por lo tanto, este inmunizado).
Aunque una vez
repuesto, recoges tu “fusil” y de nuevo al frente. Queda
uno por llegar y
merece nuestro apoyo, y el gran Quique completa el recorrido
como un verdadero
campeón. Solo así, con la “íntima satisfacción del
deber cumplido”, te
enfrentas con tranquilidad al duro trance de doblar la
rodilla, meterte en la
bañera del hotel y deshacerte de las algas del
pantano, el azúcar de los geles,
la vaselina y la abundante crema solar y la
coca cola que se desparramó en el
último avituallamiento. Solo entonces,
re-quemado y exhausto pero limpito,
empiezas a saborear el éxito de haber
finalizado una prueba que una vez
completada, te otorga la confianza vitalicia
de que cualquier cosa que te
propongas (seguramente mucho más importante que
un IM) eres capaz de hacerlo,
siempre que hayas volcado en ello todo tu
esfuerzo.
Nuevamente, muchas gracias a TODOS por esos preciosos momentos.
Argi