Como dice Alfonso, después de las energías invertidas en la inscripción, ha merecido mucho la pena el triatlón de Canet. Voy
a aprovechar para contaros el interior de esta competición, cosas que aunque
vayas a verlo y animes no se ven, transmitiros el punto de vista privilegiado
que tenemos los competidores.
Bueno, todos los triatlones
empiezan igual, con un bocinazo o un pitido, que marca el comienzo de la
competición, dependiendo de tu estado de forma del disfrute o sufrimiento.
Siempre hay un silencio, o unos gritos o algo que hace descargar los nervios,
estiramientos de última hora, faltarte con los correcas o tomarle un poco el
pelo a Monfort, pero en Canet era
especial, era una competición por equipos. Creo que a pesar de sentirte más
responsable por no fallar a los compañeros, te sientes más arropado, algo más
tranquilo, seguro que van a echarte un cable, no te van a dar codazos, te
empujarán corriendo o te darán relevos en bici. Esa sensación fue diferente y muy
chula.
El mar limpísimo dejaba ver
el fondo todo el trayecto a nado, pero a mí no me dejó ver que tras la segunda
boya me quedé rezagado detrás de un grupo de chicas… De repente caigo en que
voy nadando demasiado relajado,
levanto la cabeza y echo de menos las espaldas anchas de los correcas, se me
habían ido unos 10 metros. Justo al girar la boya adelantamos a un equipo…
bueno, todos menos yo. De repente por la derecha el equipo que salía detrás
nuestro pasa a toda velocidad. “Me cojo y que me lleven” pensé, ¡no tuve
pelotas! Tuve que hacerlo yo solito, pero hasta los boxes nada y porque
esperaron.
En las transiciones cada uno
a lo suyo, como si estuvieras solo, nadie dice nada hasta que termina, y
entonces surge un grito ¡Vamos Equipo! Vale, están ahí, la concentración hace
que no te des cuenta de nada… Ese momento lo pondría en slow motion, en 10
segundos haces tantas cosas, excepto sacarte el neopreno a la primera.
Salimos del box, alguno no
quería ponerse el dorsal pero la juez se lo recuerda, medio tira la bici, se
lo pone, ya estamos todos y salimos, encendidos. Tan encendidos que nos dejamos
a dos correcas por el camino, perdón. Nos damos cuenta, paramos y nos pasan dos
equipos. Sólo vemos a Jorje, el nano, coño y Vicent! Nada tiramos, fue un
momento difícil, sobre todo porque te perdiste unas globeradas buenas. A pocos
km de recoger a Jorge, en el segundo giro de 180º que había, tenemos un equipo
de tías delante, con las calas quitadas para dar la vuelta, las esquivamos y
seguimos, pero… ¡Coño dónde está Jorge! Había desaparecido otra vez, jejeje, y
nos lo volvíamos a dejar atrás. Esta vez no esperamos, íbamos encendidos, a
tope. Más adelante, el mismo que no quería ponerse el dorsal, no quería hacer
la segunda vuelta en bici y se metía en boxes en la primera. Lo solucionamos
fácil, un grito y que nos pille. Todo no acaba ahí, tampoco quería girar en las
rotondas y seguía recto, se le cruzó un cable, pero menos mal que lo volvimos a
llevar al rebaño y Julián ya no le dejó ponerse delante en las rotondas.
Y luego, la mejor sensación
que puedes tener compitiendo es ver a tu equipo, esos que han competido antes y
los de tu equipo, el mogollón, dando ánimos. Son tus compañeros de entrenos,
son muchas horas, saben lo que nos cuesta esto, y verlos ahí te transmite
muchísima alegría. Me quedo con esa sensación. Tenemos que petar las
competiciones, quiero ir a todas las competiciones por equipos a las que vaya
Correcaminos.
Luego el ratito en meta, la
charraeta, las mentiras y verdades, haciendo el capullo, haciendo grande el
momento. Ver las fotos de l@s acompañantes y flipar con las caras de esfuerzo,
de sufrimiento, de dolor, y con fotos como estas: