por Miguel Borrás
Sábado
18 de mayo de 2013. 4 de la mañana. Llegó el momento de hacer algo
que hace poco consideraba imposible, y que ahora tenía la confianza
de lograr, imponderables aparte. Pues los imponderables pueden surgir
en cualquier momento del largo día que comenzaba.
“Un
baño antes de ir en bici hasta la salida de la maratón”, me dijo
Rafa Estellés “el Pirata”. Es el mejor consejo que me ha dado
nadie para abordar el Ironman. Resume la relativización de la
trascendencia del esfuerzo, y la necesidad de correr con la cabeza
fría, reservando las fuerzas y el ansia para poder recorrer los
42.195 m del final con garantías.
Ir de
primeras a un Ironman duro donde los haya es una terapia de choque.
Mi primera carrera de bici de montaña, hace más de 20 años, fue la
Traspaña (750+ Km cronometrados). Mi primera cicloturista fue la
Marmotte, de la mano de Blanca. Lo desconocido del reto implicó una
mayor preocupación por la disciplina del entrenamiento. La misma
estrategia en este caso debería funcionar.
Este
año no me he pelado prácticamente ningún metro de piscina, aunque
no he podido meterme en el mar más que un par de días. Y uno de
ellos para que Blanca redujese su aprensión al mar, con poco éxito.
La práctica de la carrera ha sido el comodín, sobre todo en los
viajes de trabajo. En ocasiones a -25º C, como en Boston, donde se
me congeló el glande (¡Qué dolores, señores!); en ocasiones
perdido por el monte en el conflictivo territorio Mapuche, en la
Araucanía chilena; en ocasiones pidiendo paso a las ocas en los
canales a las afueras de Lovaina…
La
bici ha sido otra cosa. En febrero del año pasado las
calcificaciones en los isquiones me hacían volver llorando de dolor
a casa tras apenas 2 ó 3 Km. El problema con las plantas de los
pies, que hacen que se me duerman y duelan a partir de la media hora
o tres cuartos de pedaleo… Todo ello me ha reducido la posibilidad
de entrenar en condiciones. Cambio de posición, zapatillas
totalmente abiertas, y hacer la ruta de los cuatro puertos con más
de 80 rpm de cadencia media han sido las únicas soluciones. Los
médicos todavía no han dado con el diagnóstico. Gracias a Blanca
que me acompañaba y me esperaba en las rotondas he hecho la ruta en
más de una ocasión. A veces yo solo, con mis dolores y cabreos por
mis achaques, acortando por aquí o por allá para volver cuanto
antes a casa y descansar culo y pies…
Confianza
pues a pesar de todo. Jamás me he retirado de ninguna competición,
y no va a ser hoy la primera. Una seguridad en nuestras posibilidades
que por otra parte he ido consumiendo en las últimas semanas a base
de transferírsela a Blanca, una valiente que se apunta a un
bombardeo, pero que en los días previos pierde algo de la confianza
en sí misma… Las lloreras de miedo la víspera, al ver las boyas
desde el paseo, las tengo grabadas en vídeo para la posteridad.
Llegó un momento en que ayer yo mismo comencé a dudar, por detrás
de mis risas y mis bromas… El resto de la familia, entre
preocupados y animando, sacando humo al wassap.
Tras
el desayuno habitual de fruta, yogur, leche y cereales (¡Prohibido
cambio de rutina!), y hacer los bocatas (sí, bocatas de fiambre, que
de barritas e isotónica no vive el estómago del buen finisher) hago
lo que nunca he querido hacer: Cambiar los planes no ya la víspera,
sino en el momento de la salida. Cambio de estrategia de ropa, de…
todo. En la T1 tras el agua me cambiaré entero. Me pondré coulotte,
los manguitos de lycra de tri me los pondré tras el agua, para no
levarlos mojados –por mucho que cueste ponerlos-, cambio de
calcetines en la T2… Todo como un Señor. Nada de chulerías, que
el objetivo es acabar. Pero ello implica bajar corriendo y actualizar
las bolsas de material, que en esta carrera las transiciones son en
sitios cercanos pero distintos. Nervios y bajada a la playa a paso
muy ligero con el neopreno ya por la cintura.
No
quiero perder de vista a Blanca mientras probamos la temperatura del
mar. Al fin la encuentro. Comienza a llover con ganas. Nosotros con
el neopreno puesto, pero los voluntarios y las familias se calan en
la playa mientras todavía es de noche. Llaman al cajón de salida y
apenas clarea. Blanca y yo de la mano. Nerviosa, la llevo atrás del
todo. Así no le nadarán por encima. No importa perder 10’ ya en
la salida, y además tenemos una magnífica vista de los más de mil
quinientos nadadores entre nosotros y la orilla. Bocinazo. Nos
abrazamos y vamos bajando de la mano hasta el agua. Un beso, un
último ánimo, y cuando le llega el agua a la cintura le deseo
suerte y comienzo a nadar. Espero que me alcance en la bici. Somos
prácticamente los últimos.
Voy
posicionándome y cogiendo sitio. Algunos golpes. Habituales en otros
tris mas cortos, no esperaba tal nivel de ansiedad en un ironman.
Sale el sol y me impide ver la boya del extremo. Me da la impresión
de que la corriente me desvía de la línea recta, pues los nadadores
vamos cruzándonos. La única solución es respirar por la izquierda
y controlar la distancia a las corcheras (Sí, la organización ha
puesto una enorme línea de corcheras…). Primera vuelta y salida a
la playa. La casualidad hace que salga junto a Carlos, al que
sorprendo dando un manotazo de ánimo en el hombro. No le veo muy
alegre. Irá concentrado…
En la
segunda vuelta el que llevo delante nada un poco a braza y me da tal
patada en el hombro izquierdo que creo que me lo ha dislocado. Sigo
adelante intentando recomponerme y al momento algo me muerde el pie
derecho. ¡Qué dolor! Siento como dientes a parte y parte del pie.
No quiero parar, porque me pasarán por encima. El dolor no cesa,
pero al rato pienso que quizá ha sido una patada de lleno a una
medusa de las que pican de verdad. Levanto la cabeza y veo una imagen
preciosa: A lo lejos, la lluvia en meta ha creado un perfecto
arcoíris a modo de arco de llegada. Saco la cabeza más de lo
habitual para ir viendo el espectáculo, que me hace olvidar un poco
el dolor.
Al
llegar a playa, un poco de pataleo para activar las piernas, y pie a
tierra sin cambiar posición horizontal del tronco. Los dolores
lumbares de nadar con neopreno aconsejan levantarse poco a poco…
Una hora y veinte desde el bocinazo. Teniendo en cuenta el retraso de
nuestra salida y mis expectativas, no está mal. En el empeine del
pie derecho llevo marcas moradas. Aceptamos “medusa” como animal
acuático. No puedo levantar la punta del pie al caminar… debe
estar paralizado.
Pero
voy corriendo a la transición. Más que nada para que el populacho
tenga espectáculo… La carpa de la T1 es el camarote de los
hermanos Marx. Todo lleno de arena mojada por todas partes y de gente
en distintos estados de ansiedad. Los bidones para aclararse la arena
de los pies sólo tienen arena mojada. Sin sitio donde sentarse. Los
voluntarios hacen lo que pueden, pero están superados. Se supone que
había zonas separadas para cambiarse, pero aquí todos y todas en
pelotas, intentando ocupar un hueco de hamaca donde dejar la bolsa de
material para que no caiga al barro. Cosas de no salir de los
primeros… Pienso en que tendré calcetines limpios en la T2 y me
cambio como puedo. Los manguitos especiales que me compré, si
costaba de ponérselos, con la piel mojada ni te cuento. Salgo de la
carpa con las zapas puestas. Prefiero calas con arena que la
incomodidad del barro en los pies todo el día. Sigue lloviendo, pero
no hace tanto frío. Así que me dejo el chubasquero (En realidad se
me olvidó, pero algún maquillaje de la historia me permitiréis…).
Correr hasta la bici y luego con ella hasta el fin de boxes se hace
largo. Le pregunto al que corre junto a mí si estos metros
convalidan para la maratón. Pero sólo se ríe y no me lo aclara.
Tras estas
horas lloviendo, los bocatas que estaban envueltos en papel de
revista están “un poco húmedos”. Comienzo a pedalear
hidratándome y esperando salir de la zona urbanizada para comerme el
primero. Tras un rato lloviendo pero sin mucho frío comienza a
escampar, pero el resto del día nos protegerán nubes aquí y allá.
El
entrenamiento en Valencia de este año ha sido con mucho viento, y
eso protege la moral en Lanzarote. En la bajada hacia el bucle de la
Santa me cruzo con el Pirata, muy serio y en un grupo que supongo que
se deshará pronto, por aquello de las tarjetas. A lo largo de la
carrera he visto gente haciendo trampa, sobre todo una pareja
chico-chica con el mismo uniforme verde, con ella en drafting toda la
santa carrera, a unos 100 m por delante de mí. En el Timanfaya me
pasa un tipo delgaducho con la bici aquella que pensábamos estaba de
exposición en boxes, con un solo plato y sin más que un piño…
Los dos puertos desde Teguise y el resto de la ruta hasta meta los
hago con un tal Iván de Vitoria (sin drafting, que nos hablamos a
gritos…) que se pone detrás porque le voy avisando de lo que viene
por delante. Hacer la ruta en coche antes tiene su punto positivo. A
partir de este momento voy preocupado por Blanca. Debería haberme
alcanzado o estar apunto. Pregunto a la gente que me rebasa, pero
nadie me da razón de ella. En la subida de la bola del radar
llevamos viento amurado a babor. Iván se para a coger su
avituallamiento personal en la cima. Yo tomo mi primer
antiinflamatorio sin parar, y doy gracias al 30x28 que llevo montado
y que me permite mantener los pies vivos (en los dos sentidos). Sigo
hacia la peligrosa bajada y ya me alcanza en el puerto del Mirador
del Rio. Grandes vistas. Desesperado me he parado a recoger una
barrita caída en el suelo: He perdido un bocata en el traqueteo y
voy vacío. La bajada del Mirador es una suicida locura de firme en
mal estado. La carretera llena de bidones e incluso herramientas que
han saltado por los aires. El viento no ayuda nada a incrementar la
seguridad de la bajada.
Comienza
el rodar más cómodo con viento de aleta, y sigo alimentándome y
bebiendo alternando agua e isotónica. Hay que cuidar el estómago.
Sin embargo, algún calambre apunta por los muslos, así que me
obligo a beber más. Parada a una meada, que soy un señor y no lo
hago en marcha.
La
ruta de bici llena de basura. Nunca comprenderé por qué los
ciclistas de carretera no pueden acarrear los 2 g de más que pueden
suponer los envoltorios de las barritas. Está prohibido tirarlos en
la cuneta, y según las reglas te descalifican, pero es un horror
cómo esta gente deja la carretera.
En el
tramo de Nazaret el asfalto es incluso peor. Ya veo hasta los
portabidones arrancados del cuadro y en el suelo. Imposible coger
ritmo. Para un trozo que es llano… Llevo detrás un galés que no
entiende nada. Tras una caseta hay un tipo tumbado en el suelo. “I’m
fine” dice, y sigo. A la pareja de la Guardia Civil del cruce les
digo al pasar que vamos a hacer una colecta para asfaltar la
carretera. “A ver si es verdad”, contesta.
Iván
y una chica jovencita “Noe”, experta de las travesías a nado y
que se unió en Timanfaya, siguen en los alrededores. Todavía
superamos tres cuestas que casi se atragantan, pues esperábamos por
lo menos 20km de bajada hasta el mar. Enfilamos ya con el mar a la
vista, y nos separamos. Cada uno tiene un nivel diferente de “Prisa
vs. Prudencia”. Me acerco a meta. 180 km contra el viento, contra
el asfalto y contra Newton, que diría mi hermano Gabi. Es el momento
de tomar el segundo antiinflamatorio.
En el
paseo un tipo muy piji cruza sin mirar. Casi termino la carrera allí
mismo.
T2.
Llego, paro del todo, y me bajo de la bici. Nada de cabriolas para
ganar unos segundos, que nos jugamos la maratón y el protagonismo de
la foto-pifia del día. Los voluntarios te cogen la bici y se
encargarán de ella. Es la primera vez que veo algo así. Tomo la
bolsa y a la carpa a cambiarme. Los pies son lo primero. Pido agua
para quitarme la arena, pero no tienen… Viene una señora muy
amable con unas toallitas de bebé. Qué bien que trabaja esta gente.
Cambio de ropa, de calcetines, y cuando voy a salir, la señora se
empeña en embadurnarme de crema del sol. Me arruinó los delicados
manguitos de Orca, con manchas para siempre… En cada transición se
me han ido 20’, pero salgo hecho un figurín, y aquí venimos de
novatos a terminar.
Comienzo
a correr. Sigo sin poder levantar en condiciones la punta del pie
derecho, pero pronto me olvido. Voy lo suficientemente fresco para
pensar en la meta, así que me concentro en rebajar el ritmo. Que de
optimistas está llena la lista de retirados. Pillo a Iván y Noe que
van al trote. Paro a ajustarme los cordones de las zapatillas (nada
de gomitas en una maratón), y los vuelvo a pillar. Animo a Noe a
pegarse detrás, tapándole el viento que vamos a tener en contra
durante los primeros 10 km. El problema es que cada vez que se cruza
con un compañero se para a abrazarse y a comentar. Al tercero en que
nos paramos en seco decido que sigo solo. Alcanzo al Pirata que va
enrampado y andando, ¡pero con 25 Km más que yo en las piernas! La
carrera es a una vuelta de 20 Km y dos de 11. Muy bien pensado. Sobre
todo porque la primera está muy expuesta al viento. Los segundos 10
Km son a favor del viento, pero reduzco el ritmo que me pide el
cuerpo. Sólo he corrido dos maratones en mi vida, y no me conozco
tanto en esa tesitura como para arriesgar. Quiero llegar sin andar,
ni gatear (aunque está permitido).
La
tendinosis rotuliana de la rodilla izquierda comienza a avisar, y
temo que me dé problemas. Haciendo honor al título de McGiver aka
Bricoman otorgado por Argi y Blanca respectivamente, se me ocurre
ponerme las gomas de paso por meta bajo la rodilla, lo que alivia la
tensión del tendón. Son del tamaño adecuado. El problema es que a
cada paso por meta he de señalarme la rodilla insistentemente, pues
los de la organización no ven las gomas de colores en mis brazos…
Me cruzo con
Blanca. Va perfecta. Le doy un beso. Por fin se me quitan los miedos.
Sobre todo porque si se había retirado ¡nos tocaba seguro volver el
año próximo!.
A
partir de aquí, la maratón es una sucesión de asistencias a otros
corredores que me permiten distraerme: un armario mexicano que va
vomitando (lo intenta) cada 50 m, al que llevo el ritmo y aconsejo en
los avituallamientos, un madrileño al que le quedan todavía 20 Km y
va justito –que tras 10 Km conmigo bajó más el ritmo y se quedó-,
un asiático al que acompañé cantando mientras corríamos… Muy
entretenida la carrera. Al principio avituallando sin parar cada dos
puestos, reservando el gel y tomándolo justo antes del siguiente
puesto, donde beber líquido. Un gel por vuelta para cuidar el
estómago. Luego, avanzada la carrera, andando mientras cogía la
fruta y el agua, como todos los paquetes a los que nos costó más de
4 h la maratón.
Por
cierto qué bien entraban los vasitos de caldo que repartían frente
al Km 3. Debería ser norma en los avituallamientos.
Los
últimos Km, tras dejar atrás al asiático, los hago a mayor ritmo.
Levanto rodilla y estiro zancada. Sin parar en los avituallamientos,
y oyendo exclamaciones de “¡Mira qué estilo!” me acerco a meta.
Supongo que exclamaban eso al ver un tipo con barba blanca llegando
casi de noche, claro. En todo caso siento que me sobran las fuerzas.
Quizá he reservado demasiado. No me quieren dejar pasar a meta
porque no me ven las gomitas, y casi no me da tiempo a señalarme la
rodilla una vez más. Cruzo la meta y no siento nada especial. Tanto
querer correr con cabeza, que se me ha dormido la emoción.
Me voy
a por las bolsas a la playa, me abrigo y subo a esperar a Blanca en
meta. No me dejan pasar para abrazarla cuando llegue, aunque luego se
nos ocurrió que podría haber dado la vuelta y entrar con ella
corriendo. Cuando llega nos abrazamos y la llevo mareada a la posta.
Contenta, pletórica. Me cuenta que le tocó una medusa en la
mejilla, y que no pudo respirar bien hasta pasadas 3 horas en bici,
pero que ha hecho toda la maratón sin andar, en perfectas
condiciones. Ya somos finishers en Lanzarote, así que ahora a pensar
en otro reto.
Me
quedo con las palabras de mi hija Blanca. Con la valentía de Blanca.
Con los entrenamientos compartidos con ella. Con la amabilidad de las
voluntarias, aunque si rechazabas el red bull y pedías un beso sólo
se reían (Y piernas de recambio no tenían en ninguno de los
puestos). Con el incansable aplauso de los espectadores, animando en
el recorrido de la maratón hasta la noche. Con el buen rollo entre
competidores, yendo los ganadores a meta a hacerse la foto con los
que llegaban a medianoche.
Llevo
tres horas levantado y Blanca sigue en
coma, digo en cama durmiendo. Es
ahora cuando asoma el estrés acumulado por esconder mis miedos y
rebajar los nervios de mi compañera, y aparece la taquicardia y el
temblor de manos. Pero no tiene sentido. El Ironman de Lanzarote ya
está hecho. Bueno, estaba hecho antes de comenzar. Sólo que no lo
sabía.